Guía de tejidos naturales en la ropa

Los materiales textiles son productos de consumo masivo, impulsados especialmente por el auge de la llamada moda rápida o fast fashion, fenómeno que ha generado un impacto ambiental sin precedentes y que actualmente representa cerca del 10% de las emisiones globales de carbono.

De acuerdo con la Agencia Europea de Medio Ambiente, en 2020 el consumo textil por habitante en la Unión Europea requirió en promedio 400 m² de suelo, 9 m³ de agua y 391 kg de materias primas, lo que generó una huella de carbono de 270 kg de CO₂ por persona.

Por esta razón, la industria textil se ha convertido en uno de los sectores más cuestionados, tanto por su influencia en los tratados comerciales internacionales como por sus habituales incumplimientos en condiciones laborales, salariales y su constante desplazamiento hacia regiones con menores costos de producción.

El algodón y el poliéster representan en conjunto más del 80% de las fibras textiles consumidas cada año en el mundo. Ambos materiales dependen de procesos industriales intensivos: el algodón convencional por el uso de pesticidas y herbicidas en su cultivo, y el poliéster por tratarse de una fibra derivada del petróleo.

Ante este panorama, optar por tejidos naturales producidos bajo principios sostenibles es esencial para construir una alternativa viable frente al impacto ambiental del sector. Esta transformación debe ir acompañada de una reducción en el consumo y de la promoción del reciclaje y la reutilización de textiles desechados.

Más allá del ámbito de la moda, los tejidos tienen un papel relevante en la arquitectura y el interiorismo: se utilizan en alfombras, tapizados, cortinas, ropa de cama, toallas y otros elementos del hogar.

En este contexto, reducir la huella ecológica de los espacios habitados, conforme a los objetivos del Acuerdo de París, implica priorizar el uso de tejidos naturales, no tóxicos y de origen local, lo que contribuye a la descarbonización de los entornos construidos y de sus componentes.

Surgen así preguntas clave: ¿De dónde provienen los tejidos que utilizamos? ¿Cómo reemplazar los textiles sintéticos por fibras naturales duraderas? ¿De qué forma podemos integrar ciclos cerrados que recuperen y revaloricen los materiales al final de su vida útil? ¿Cuáles son los tejidos naturales más adecuados para nuestros espacios?

En este artículo analizamos estas cuestiones, abordando procesos de fabricación, modelos de circularidad, certificaciones destacadas y las aplicaciones más apropiadas para cada tipo de tejido natural.

Tipos de tejidos naturales

Algodón orgánico, cáñamo, bambú, soja, maíz, algas, conchas marinas… hoy en día, casi cualquier material puede emplearse para fabricar tejidos. Sin embargo, no todos los textiles considerados ecológicos poseen las mismas características ni el mismo impacto ambiental.

El hecho de que una fibra sea de origen natural no garantiza que su proceso de obtención sea respetuoso con el medio ambiente. Un ejemplo claro es la producción de algodón no orgánico, uno de los cultivos con mayor uso de pesticidas a nivel mundial, responsables de la contaminación del agua y la pérdida de biodiversidad. Por ello, en este análisis se hace referencia únicamente a su variante orgánica como ejemplo de tejido sostenible.

Asimismo, fibras vegetales como el cáñamo o el bambú, aunque se presentan como alternativas ecológicas, pueden implicar una alta huella ambiental. Debido a su dureza natural, requieren tratamientos intensivos para convertirse en fibras textiles, procesos que a menudo se realizan con productos químicos contaminantes para reducir costos y tiempos. A esto se suman los tintes y acabados, donde aún existen pocas opciones ecológicas viables.

Por ello, resulta fundamental evaluar el ciclo de vida completo de cada tejido —desde la producción hasta el final de su uso— considerando su huella de carbono, el impacto ecológico y los posibles efectos de los compuestos químicos en la salud y el entorno.

Algodón

El algodón no orgánico ocupa cerca del 2,4% de la tierra cultivable mundial y utiliza alrededor del 25% de los pesticidas empleados globalmente, incluyendo herbicidas, insecticidas y defoliantes.

Esto plantea un riesgo tanto para el medio ambiente como para la salud de las personas expuestas durante su producción. Además, existe la posibilidad de que los consumidores finales entren en contacto con residuos tóxicos presentes en las prendas, especialmente en espacios interiores donde el tiempo de exposición es prolongado. Por ello, cada vez más marcas promueven el uso de algodón orgánico, recomendándolo para personas con piel sensible.

El algodón orgánico proviene de cultivos controlados, sin pesticidas ni fertilizantes químicos, y busca minimizar su impacto ambiental. No obstante, no está exento de desafíos, ya que su producción requiere grandes volúmenes de agua y suele implicar transporte de larga distancia hasta su destino final.

Este material se utiliza ampliamente en prendas de vestir y en el hogar: ropa de cama, sábanas, fundas de almohada, cortinas, persianas enrollables y toallas, gracias a su gran capacidad de absorción. En el sector de la construcción, el algodón también se aprovecha como material de aislamiento térmico y acústico, elaborado a partir de paneles prensados o reciclados de restos textiles.

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